Siguiendo con el ‘post’ de mi compañero bloguero, de hace unas semanas, y con algún comentario que hemos recibido, intento profundizar un poco más en el tema.
Estamos viviendo una época muy interesante, desde el punto de visto de la adaptación de determinados profesionales a otras actividades que no han sido nunca las suyas. Asimismo, estamos en un momento histórico en el que, debido a la recesión económica, hay más directores generales sin trabajo, en libre disposición, que nunca. Lo que insinúa que otros directivos y mandos de las empresas, en mayor cantidad si cabe, también están en el mercado.
Directivos o consultores
La cuestión a tener en cuenta, se da cuando no existe oferta para recolocar a estos directivos en empresas, y se opta personalmente por insertarse de nuevo en el mercado profesional, a través de hacerse consultores. Incluso alguna universidad, viendo el filón, si se me permite la expresión, ha publicitado un curso para transitar de directivo a consultor.
Es cierto que siempre hay una primera vez. Ya sea cuando el profesional ‘in pectore’ sale de la universidad, o bien, como en el caso que nos ocupa, cuando se produce una coyuntura favorable a ello.
La incorporación al mercado
Pero el problema aparece cuando se incorporan al mercado de la consultoría profesionales que nunca en su vida han querido, ni sabido asesorar a nadie de sus colaboradores o colegas de su empresa. Simplemente porque el destino no les ha llevado a estos menesteres. Dificilmente lo podrán hacer como consultores, cuando no existe esa ‘vocación’ personal.
¿Qué puede ocurrir? Pues exactamente lo mismo que ha ocurrido históricamente en otros sectores. Por ejemplo, le preguntas a un ‘supuesto camarero’ que te sirva un ‘raf’ y la mirada que te lanza es de tal inseguridad y desorientación, que denotas que no es su profesión; o bien, cuando le pides a un ‘supuesto albañil’ que analice la verticalidad de una obra con una plomada, que no sabe ni lo que es…
Ser consultor es un oficio para el cual no existen estudios reglados. No creo en la regulación para todas las cosas de este mundo, máxime cuando el mercado, en este caso, será el máximo regulador, desbrozando el terreno en el que ahora mismo pululan consultores de conveniencia, mercenarios que no tienen la vocación de la comunicación y de la transferencia de conocimientos, sino que solo les guíe el mercenariado, absolutamente lícito, pero que a sus posibles clientes les aportará bien poco, por no decir nada.