Hace unos años, en una de las diferentes actividades que llevamos a cabo, concretamente en un trabajo que realicé en una empresa concesionaria de automóviles, estaba explicando las bondades del concepto y del proceso de la mejora continua, cuando una de las asistentes, sin previo aviso, espetó que ya estaba harta de tanta mejora y que se sentía agobiada por la «presión que padecía» en ese entorno y contexto de trabajo.
El resto de participantes enmudeció y observaron atónitos la escena, a la vez que dirigían sus miradas hacia mí, en espera de respuesta.
Mejorar o empeorar
Como hace tiempo que aprendí que hay que tener cierta cintura y soltura a la hora de responder y resolver cualquier tipo de pregunta, duda o comentario, le contesté, de manera cordial, que si estaba harta de mejorar, pues que se dedicara a empeorar. Camino que no es el que se corresponde con el de un ser humano sano, pero que puede darse en algún caso de desviación manifiesta.
Si el talante que tomamos en las organizaciones es el del ejemplo, ciertamente vamos a ir mal, porque la acción de mejorar no es que únicamente sea natural, sino que es esencial para mantener a nuestras empresas y a nosotros mismos. Pero atención, tengamos en cuenta que no sólo se puede empeorar por voluntad manifiesta, sino que también puede ser por omisión de la obligación de mejorar, que es lo que una empresa y sus profesionales deben hacer día a día, para obtener los resultados necesarios.
Sé que estamos en un momento complejo, y que una de las peores secuelas de la recesión económica que estamos viviendo, es la de dar por hecho que ya nada volverá a ser igual, que todo será peor, cuando somos conocedores (personalmente o por referencias) en experiencias anteriores, de que a largo plazo (cada vez más corto) todo es susceptible de ser cambiado, por tanto, el futuro quizá será diferente, pero no necesariamente peor.
A no dejar de mejorar, que es lo que nos toca siempre y más en esta nueva era. ¡Ánimos!