Uno de los temas que surgen de manera habitual, en las conversaciones con directivos y profesionales de las empresas por las que nos movemos, es el de la impaciencia. El querer obtener aquello que desean, de inmediato, independientemente de lo que están haciendo para conseguirlo. Lo que genera nerviosismo, estrés y frustración.
Para analizar cuáles son los motivos, las causas raíz, que originan tal comportamiento, me permito utilizar una serie de palabras, que no existen (excepto la segunda), que espero sean suficientemente gráficas a la hora de explicar el problema:

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- «Fastfoodismo«: vivimos en una Sociedad de «usar y tirar», lo que se traslada al mundo de la empresa, de manera constante. La innovación se está convirtiendo en una palabra (y, en muchos casos, en una dinámica) commodity, que sirve para alimentar la (mala) conciencia del «no-hacer-cosas-nuevas», que nos deslumbran en primera instancia, pero que en poco tiempo caen en el olvido.
- Cortoplacismo: no queremos ni oír hablar del largo plazo, cada vez más corto, pero fundamental para asentar cualquier estrategia de actuación, con el objetivo de que la empresa perdure en el tiempo. Si ello, fuera en favor de que las actividades a realizar hoy mismo, las del corto plazo, fueran tremendamente eficientes, lo daríamos por bueno. Pero eso tampoco es así. Vivimos rodeados de ineficiencias, también en ese entorno de tiempo.
- «Urgentismo»: el «yaismo» (permítanme la expresión) impera en todas las empresas. Todo es urgente, por tanto, todo deja de ser urgente. Es difícil escuchar decir: «esto es importante». Por cada vez que lo oigamos, oiremos cientos de veces: «esto es urgente». No sabemos manejar la magnitud de lo relevante, es mucho más fácil, meter presión con el tiempo, que es una medida fácilmente cuantificable.
- «Microesfuercismo»: el entorno descrito en los tres primeros puntos, nos lleva de cabeza a pensar de que todo debiera ser fácil, para poder acometer las tareas que tenemos por delante. Pero no se cae en la cuenta de que para cualquier tipo de empresa, de proyecto, el esfuerzo, la voluntad de acción, la entrega, es lo más importante.
Proceso no es igual que resultado y necesita de empatía.
- «Noempatismo»: qué diferentes se ven las cosas cuando de un trabajo que realizo yo o que ejecuta un colega, se trata. Que condescendiente soy conmigo mismo, y que jueces implacables somos, cuando evaluamos el trabajo que realiza un compañero. Esa falta de empatía, ese ponerse en el lugar del otro, es otro de los «quemadores» de energía, en el momento de esa espera, que de una manera más o menos evidente, se va a producir. Porque el trabajo requiere tiempo.
- «Resultadismo»: y finalmente, no quiero olvidar la máxima del resultado por el resultado. Importando bien poco lo que tengamos que hacer para conseguirlo, como bien reza la máxima maquiavélica. Una sinrazón que hace que las personas se desenfoquen en el proceso a seguir (que no en el resultado a conseguir), lo que alimenta la impaciencia malsana de alcanzar la meta cuanto antes, sin reparar en lo que haya acontecido por el camino.
La fórmula mágica (que no existe), estaría muy cerca del presente antídoto a los problemas citados, con la siguiente composición: priorización de los temas relevantes + trabajo a largo plazo + máxima colaboración del equipo + máximo esfuerzo. A partir de ahí, los (buenos) resultados, los del hoy y los del mañana, vendrán solos…
Otra manera de actuar, la habitual en muchos casos, conducirá a esa extraña manera de vivir en muchas empresas, donde campan a sus anchas: la desmotivación, el pasotismo y la desilusión. Dada esa mala gestión de la impaciencia, sustentada en querer obtener réditos (el resultado, sea como sea), cuando no se ha invertido de manera adecuada (en la organización y en los procesos de la empresa). Mal asunto…

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