Resulta evidente que durante los últimos años y principalmente gracias al desarrollo exponencial de algunas tecnologías, muchos sectores han pasado por cambios que han alterado sus paradigmas básicos de funcionamiento.
La evolución acelerada en la velocidad de computación de los sistemas informáticos ha impulsado algunas tecnologías como la inteligencia artificial, la genética, la neurociencia y muchas otras que están cambiado las reglas del juego.
Cada vez que se publica un descubrimiento o una innovación escuchamos la noticia expectantes y entusiasmados al mismo tiempo, asombrados por el amplio abanico de posibilidades que se abren a nuestros ojos y el gran potencial de aplicaciones prácticas que se esperan en el futuro.
En este mundo de cambio constante, nos hemos acostumbrado a percibir la innovación como algo bueno y deseable. Los casos de éxito de organizaciones punteras como Google o Amazon constituyen una fuente de inspiración a la vez que un referente para muchas organizaciones que aspiran a convertirse en el nuevo referente de su sector.
Por todo ello, a día de hoy, rara es la empresa mínimamente estructurada que no tiene un programa de innovación en marcha. Un programa que, en muchos casos, simplemente tiene por objetivo que la innovación sea una parte del día a día de los empleados.
El marco mental de todas estas iniciativas se puede resumir de manera sintética en conseguir que la innovación venga de los mismos empleados que actualmente trabajan en la explotación del negocio.
Para ello, se crean sistemas de sugerencias, programas de intraemprendimiento, se construyen áreas de reunión en comunidad y se adquiere un buen número de mesas de futbolín. Al fin y al cabo, el objetivo final no es otro que la implicación del personal en el desarrollo de la nueva “Google”.
A pesar de todos los esfuerzos los resultados en muchos casos son pobres. Las iniciativas se aceptan si no modifican la forma de vida de la organización, pero una innovación disruptiva real puede llegar a considerarse un agente patógeno, porque genera “malestar”.
Es decir, es muy frecuente que las organizaciones establezcan programas de innovación porque las consideran algo bueno pero sin ser realmente conscientes que:
Y por lo tanto,
Toda innovación es una agresión directa al sistema actual y conlleva una consecuente reacción del sistema inmunitario de la organización.
El sistema inmunitario.
En un organismo, el sistema inmunitario es aquel conjunto de estructuras y procesos que se encuentra en su interior y tiene por objetivo mantener un equilibrio interno frente a agresiones tanto externas como internas.
Toda organización dispone de un sistema inmunitario, no solo los seres vivos, básicamente porque todos los sistemas complejos precisan mantener un equilibrio interno de sus procesos.
En este contexto, una innovación, es una amenaza al mantenimiento de este estado de equilibrio. Ante cualquier iniciativa de cambio, el sistema original reaccionará atacándola y expulsándola de la organización. El tiempo necesario para que dicha iniciativa fracase dependerá del riesgo que suponga para el modelo de negocio actual.
Innovación disruptiva.

En una época en la cual nuestros referentes son Google o Space-X, la innovación disruptiva se ha convertido en el objetivo de toda organización.
Primero explora la INNOVACIÓN Y EL KAIZEN en nuestras ÁREAS DE ACTUACIÓN. →La calificación de “disruptiva” que reciben estas iniciativas ya nos indica que “algo” o “alguien” va a sufrir una disrupción o interrupción. En consecuencia, el sistema inmunitario de la organización reaccionará con todas sus fuerzas para evitar el éxito de esta iniciativa. Y sin lugar a dudas, triunfará.
En una fase inicial:
Cuando una iniciativa de cualquier tipo está en fase de desarrollo y todavía no se ha consolidado, el sistema inmunitario de la organización puede acabar con ella sin demasiados problemas.
Solo aquellas innovaciones que no cuestionan la supervivencia del modelo actual, pueden aspirar a sobrevivir en la misma organización conviviendo con las estructuras originales.
Estas iniciativas que tienen una mínima posibilidad de sobrevivir son innovaciones incrementales que avanzan por la vía de ampliar los límites de los paradigmas actuales de funcionamiento. Incluso aunque sean muy ambiciosas en su conjunto, avanzan por la vía de consolidar pequeños cambios en estos bordes del paradigma actual.
Aunque este tipo de innovaciones generan la misma resistencia inicial que todos los cambios, con perseverancia pueden sobrevivir arrastrando a toda la organización a un nuevo status.
En cambio:
La innovación disruptiva no tiene opciones de supervivencia dentro del mismo paradigma que pretende interrumpir. Las organizaciones que han conseguido cambiar un modelo de funcionamiento determinado lo han hecho desde el exterior.
Solo tenemos que fijarnos en aquellas organizaciones que “admiramos”: Tesla nació fuera del sector de la automoción, Airbnb fuera del sector hotelero, etc.
Conclusión.
En conclusión y por si alguien tenía dudas al respecto:
Las innovaciones disruptivas que son capaces de lanzar algunas de las organizaciones más admiradas del momento no dependen del número de mesas de futbolín que tengan distribuidas en sus oficinas, ni se generan mientras los empleados están trabajando en la explotación del negocio actual.
La capacidad de innovación de toda organización depende de su capacidad de proteger a los equipos que desarrollaran una iniciativa determinada de los ataques del sistema inmunitario de la organización actual.
Ello significa en muchos casos crear una nueva organización totalmente independiente de la primera, con una capacidad de respuesta inmunitaria no basada en la defensa innata, sino en la adaptación ágil, sofisticada, movida por el aprendizaje y la capacidad de respuesta constante ante un futuro de cambio exponencial.
Por lo tanto:
Si quieres una organización capaz de crear el futuro, acepta la innovación disruptiva como la oportunidad de crecer y cambiar tu sistema.
Porque:
Hoy, la verdadera amenaza es hacer lo que siempre has hecho. Quedarte donde siempre has estado.

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