Arantxa García Fernandez
Danone South Europe Transformation Manager
Pongamos ahora que no sólo hemos sido capaces de vencer la inercia, sino que también hemos sido capaces de vencer nuestros miedos: nos sentimos capaces de afrontar lo que hay que hacer. La siguiente pregunta es: ¿queremos?, ¿tenemos las ganas, la fuerza y el coraje para meternos en una transformación?
No todo el mundo tiene en todo momento la energía necesaria para llevar a cabo una transformación empresarial sea de la envergadura que sea, y por eso, el tercer paralizador de una transformación es la pereza.
Es curioso que la pereza, sea considerado un sinónimo de la inercia, pero si recordamos su definición “la inercia es la resistencia que opone la materia a modificar su estado de reposo o movimiento, a menos que una fuerza actúe sobre ellos” entendemos bien que la pereza es la falta de fuerza que cierra el círculo de los 3 principales paralizadores de una transformación: si nada se mueve, y no provocamos una fuerza sobre lo que queremos cambiar, nada se moverá.
La pereza, desgana, apatía o flojedad es la falta de ganas de aplicar esa fuerza que provoque el cambio en una organización. Y es comprensible, porque querer cambiar algo no es fácil y siempre vamos a encontrar detractores y resistencia al cambio sea lo que sea lo que queremos cambiar.
Ninguna transformación sucede sin que alguien o algo se resista, de hecho, si al transformar algo no estás incomodando a nadie, es que en realidad no estás cambiando nada.
Pero volvamos al concepto de la pereza. La pereza es la negligencia, astenia, tedio o descuido en realizar actividades. Y tiene tanto peso en nuestra cultura que el cristianismo lo considera uno de los 7 pecados capitales.

Nadie representa mejor la pereza en el mundo animal que el koala. Pasa despierto apenas 4 horas al día, y pasan el día en el mismo árbol en el que por lo general comen y duermen. Lo que es menos conocido de estos animales, es que limitan sus movimientos porque consumen muy poca energía y por tanto deben limitar su gasto calórico. Por tanto, “su pereza” es para sobrevivir, la nuestra en cambio, no tiene excusa.
La pereza nos impide alcanzar nuestros objetivos y sin embargo está muy presente en nuestras vidas y en las organizaciones. ¿Por qué se apodera de nosotros? Porque a corto plazo dejamos de hacer aquello que no nos gusta o que nos da miedo y nos proporciona el placer a corto plazo que supone el no asumir riesgos, ocultando las consecuencias que eso tendrá en el medio-largo plazo.
¿Cuál es el mejor ejemplo de esto? La dieta o el gimnasio. Dejamos la dieta o dejamos de ir al gimnasio, porque a corto plazo no vemos resultados y nos es más satisfactorio volver a comer lo que nos gusta o dejar de esforzarnos en el sofá. Para cuando vemos las consecuencias de esas decisiones, a menudo ya es demasiado tarde.
Las personas, igual que los koalas, estamos programados para la pereza, nuestro sistema nervioso nos induce a realizar el mínimo de esfuerzo para gastar la menor cantidad de energía posible en nuestra actividad. Por eso nos cuesta tanto decidirnos a hacer algo por primera vez. En cambio, una vez nos ponemos a ello y lo incluimos en nuestra rutina conseguimos incluso disfrutar de ello, cerramos el círculo volviéndonos a subir a la rueda del hámster, esta vez para disfrutar con nuestra tarea y para conseguir un cambio positivo.

¿Qué hacemos entonces para vencer los tres paralizadores que impiden el arranque de una transformación?
Para vencer la inercia lo primero es tener la curiosidad de mirar fuera con ganas de ver y aprender oportunidades de mejora, tener la humildad de reconocer lo que no hacemos tan bien y tener las ganas de querer cambiar.
Para vencer el miedo, sólo conozco dos formas: atreverse poco a poco a realizar lo que nos da miedo yendo de menos a más y tener el coraje de pedir ayuda cuando no podemos hacerlo solos.
Y para vencer la pereza, deberemos motivarnos con los resultados que obtendremos si pasamos a la acción y para que no desistamos a la primera de cambio, la mejor manera de anclar el cambio será fijar rutinas que nos obliguen a seguir hasta ver esos resultados.
En definitiva, puedes decidir no ver el cambio y quedarte subido en la rueda del hámster, puedes verlo pero quedarte anclado en el miedo de creerte incapaz de cambiar nada mordiendo cual cebra aterrada a cualquiera que te hable de cambiar, o puedes verte capaz pero sencillamente no querer hacerlo y quedarte subido en tu rama tal koala únicamente preocupado de cubrir tus necesidades básicas, sea cual sea cual sea la razón por la que no afrontas el cambio, tarde o temprano el cambio sucederá: lo que debes decidir es si tú quieres dominarlo o dejar que el cambio el que te domine a ti.